sábado, 7 de marzo de 2009

LOS DUENDES DE MARZO


LOS DUENDES DE MARZO



Todas las mañanas, los árboles como mil soldados, en filas perfectamente alineadas, con sus uniformes verdes, ya sin casco ni visera, la tierra negra tapaba parte de los tobillos y de sus botines, de pie, mirando el cielo. Acariciando el suelo.
Pasaba el sol como un sigiloso espía, recorriendo uno por uno las ramas, para ver cuantas hojas secas se amontonaban a su alrededor, controlando cuántas se había llevado el viento.
Cada tanto, como único cofre transportador de ofrendas, una niña juntaba con las manos, a veces con parte de su vestido hecho una cuna, “los palitos” – decía – juntar muchos, para cuando llegara el invierno y las paredes de la casa, cambiaban de color y no protegían del frío.
¿Cuántos quedarán vivos, en el medio de estos bosques, a mediados de marzo?
Enteros todavía, como a los pensamientos, las luces y las sombras, jugaban, detrás de éste, después de aquél, haciendo figuras bailarinas, nunca durante sus paseos el sol se quedaba quieto, mientras ella miraba para arriba.

La niña oía hablar en las mesa, de desparecidos.

-¿Quiénes desparecen pa? No falta nadie en el pueblo.

Esa noche cumplía años su madre. Con su mejor vestido blanco, las trenzas recién hechas, con las manos alisando las arrugas, cuando la luna estaba muy alta, se miró los cordones para ver prolijos su zapatos y salió a juntar ofrendas.

Estalló tanto ruido. Los árboles parecían cambiarse de vereda, agazapados, con enormes caras negras que les tapaban los ojos. Ningún pedazo de sol traían
Contra un árbol ancho se quedó sentada, acurrucada y quieta, como una paloma escondida.
¿Qué se llevan de su pueblo? Le asustan estos duendes…
Cuando las luces volvieron y ella regresó a la casa se peguntaba de qué hablaba su papá. Los duendes no se habían llevado nada. No fue porque hiciera ruido, si hizo callar a una iguana.

Los árboles estaban todos, paraditos de pié, en filas perfectamente alineadas.

Eran unos días después del 24 de marzo y la niña no encontró a nadie al volver a su casa.
De sus vestido doblado en el regazo se le cayeron las manos y los palitos y una piedra naranja. Papá decía… nada se le tira a los duendes, son mágicos y amables.

Nunca le dijo dónde buscar a los duendes que dieron vuelta su casa.


MERCEDES SAENZ