martes, 10 de febrero de 2009

NO ME PIDAN QUE LA QUIERA


NO ME PIDAN QUE LA QUIERA



A Buenos Aires siempre, aunque apenas diga.

Amo todavía la esquina de todos los nombres, la frase añadida, la loca ceguera de no perder los años que no pueden sujetarse. Pasaron hace tiempo ayer, algunos enfurecidos y otros aguachentos, vaporosos y fantasmas hacia una alcantarilla.
Muerden colmillos de una boca animal de noche y no se entiende ya porque se estaba condenado.
(No me pidan que la quiera.)
Un ladrón de tiempo lastima su nombre y a mi me destierra de a poco. Olvidar de a ratos es cómo escribir con la otra mano queriendo sostener una idea partida. Hay un dolor que no es poesía en esos peldaños camino ni siquiera a la muerte cuándo se está muchos años afuera. Para distinguir oír hay que saber de gritos. (gritos que nadie oye dentro del corazón de uno)
Intento limpiar el barro de los límites que acosan mi memoria, no sé por qué, porque no hace falta, todos están ahí. Sin embargo desconciertos pensamientos desembarcan y se apartan de mí sorprendidos, cómo si llegaran de otra historia, cómo si quisieran hacerme una nueva.
Cómo si Buenos Aires no me hubiera parido.
Quererla desesperadamente en pedazos, en miles de pedazos diminutos.
(No me pidan que la quiera)
Se acerca la voz, murmullo del tango, algún el taconeo en la vereda, las siluetas quietas que sólo mueven las manos indecisas en los estantes de la noche de las librerías abiertas y esas veredas que sólo se llaman Corrientes.
Y amo, amo todavía.
No me pidan que la quiera de otra forma. Si solamente tanto la quiero.

Mercedes Sáenz