HOMBRE DE POCA PALABRA
Estuvieron aquí
los siete dolores de la tierra
-estuvieron-
las agonías pasean ahora
en la ciudad de mármol
con los otros muertos.
Impiadoso y mudo
desapareció tu nombre
dejando en el aire de arena
un tajo oblicuo hacia el cielo.
Es hora de irme,
-de irte-
el día sin empezar
desmoronó en el borde
sin brazos el último secreto.´
Es hora de irme,
ya no creo en la imaginada eternidad
de tu palabra.
Mercedes Sáenz
ESCRIBIR SÓLO INTENTO
Este blog se llama ESCRIBIR SÓLO INTENTO. En el más amplio y sencillo sentido de la palabra. Con Cariño, mucho. Mercedes Sáenz
sábado, 15 de agosto de 2020
lunes, 30 de agosto de 2010
SIEMPRE LA DUDA
he visto una caverna con campanas
y caminar animales sobre estepas de cielo
tengo todavía los ásperos sueños
de creer que entenderse se entendía.
no leo como vos la luna
y he visto
cómo se posterga siempre más lejos
el jardín en que creí que caía.
antes de pronunciar mamá
ya era la duda.
y soy ahora, sin narcisos, sin diosas griegas
la loca de varias casas.
no soy por elección la que me parieron
ni la que me hicieron, ni la que me hice hacer.
No creo que Jamison sepa
si mi bipolaridad tiene más de dos vértices,
yo cuento siete,
siete sin ninguna valentía.
sentada en el suelo,
estoy parada sola
sin saber qué hacer
en un dudoso silencio
conmigo.
Mercedes Sáenz
jueves, 26 de agosto de 2010
DECIR, DECIR
DECIR, DECIR
Era la boca de los olvidos, la de alguna vez besos. Era el vacío hueco que dejaba de ser sordo. Era quién hablaba con las manos y junto con los gestos deshacía palabras. Era la postergada insistencia del atropello. Era.
La última prohibición golpeaba y las últimas leguas se hacían vuelo. Era quién debía decir.
Caminó hacia la esquina de las dudas, el único lugar en que empezaba el silencio. Decir, decir, le golpeaba el pecho.
Preguntó en que banco del colegio se sentaba. Era lo mismo después de llegar afuera del patio liso cruzado por baldosas. Tan inmenso el espacio que protege, tan diminuto dónde sostener los pies.
Con la tarde viniéndose encima jugó con el llavero del apuro en las manos sin abrir. Decir, decir.
El salió con la camisa fuera del cinturón sosteniendo el pelo de la frente como si estuviera largo, los cordones sueltos y algo que jugaba con su boca.
Ese sol hacía más larga la figura de crecer y la adolescencia no terminaba en sus piernas largas continuando hasta el balanceo de la cintura. Los ojos de más alto se concentran, apresuran un salir de clases que esa edad no espera si es la madre que perturba.
Le vio los ojos con la pintura algo corrida por el llanto.
- Mamá. – Y le extendió los ojos.
- Quería decirte…
- No hablamos de la separación hoy con el psicólogo y papá. Hablamos de mí. Ya sé que te adopté a los tres días.
Decir, decir. Las llaves se cayeron en el suelo. Y un solo abrazo que a esa edad perturba.
Mercedes Sáenz
Era la boca de los olvidos, la de alguna vez besos. Era el vacío hueco que dejaba de ser sordo. Era quién hablaba con las manos y junto con los gestos deshacía palabras. Era la postergada insistencia del atropello. Era.
La última prohibición golpeaba y las últimas leguas se hacían vuelo. Era quién debía decir.
Caminó hacia la esquina de las dudas, el único lugar en que empezaba el silencio. Decir, decir, le golpeaba el pecho.
Preguntó en que banco del colegio se sentaba. Era lo mismo después de llegar afuera del patio liso cruzado por baldosas. Tan inmenso el espacio que protege, tan diminuto dónde sostener los pies.
Con la tarde viniéndose encima jugó con el llavero del apuro en las manos sin abrir. Decir, decir.
El salió con la camisa fuera del cinturón sosteniendo el pelo de la frente como si estuviera largo, los cordones sueltos y algo que jugaba con su boca.
Ese sol hacía más larga la figura de crecer y la adolescencia no terminaba en sus piernas largas continuando hasta el balanceo de la cintura. Los ojos de más alto se concentran, apresuran un salir de clases que esa edad no espera si es la madre que perturba.
Le vio los ojos con la pintura algo corrida por el llanto.
- Mamá. – Y le extendió los ojos.
- Quería decirte…
- No hablamos de la separación hoy con el psicólogo y papá. Hablamos de mí. Ya sé que te adopté a los tres días.
Decir, decir. Las llaves se cayeron en el suelo. Y un solo abrazo que a esa edad perturba.
Mercedes Sáenz
domingo, 31 de enero de 2010
APURO POR MORIR
APURO POR MORIR
-¿No puedo morir por mi?
Los anteojos de su abogado a media nariz en un lugar dónde nada se interpone ante la luz cómo en los quirófanos.
El piso es un murallón en dónde se mira los zapatos de goma que siempre parecen a la misma distancia de todos sus abismos. No hay goteras ni la mínima posibilidad de pensar en una grieta invisible.
Sobre la mesa de puntas redondas los dedos se movían como una manada maniatada por la misma pata en una llanura color verde claro casi hospital. Y quietos se quedan ahora.
- No, ni haciendo pensar que fue un accidente. El último juez no sólo quiere que mueras, quiere que lo hagas delante de todos. No puedo apelar más, no permiten absolutamente nada que los haga cambiar de decisión.
- Violo, mato, reconozco y la pena-curiosa palabra en vez de sentencia- es la muerte. Maté a alguien sin preguntar. Puedo matarme solo. Lo sé hacer.
- Los dos últimos años hiciste el mejor y el mayor tratado filosófico que pueda entablar un condenado a muerte. Hay tres libros enfrentados, una película sin terminar esperando tu verdadero final. Se formaron dos nuevas organizaciones civiles en tu defensa. Hubo que negociar con la prensa. Gané mucho dinero… pero hubiera cedido muchas cosas por salvarte. Te graban las veinticuatro horas. Nos hacen creer que nuestras charlas están sin sonido. En lo que muestran, nuestras caras hablando para abajo… cómo en misa, contándonos en el medio del coro las primeras verdades de la infancia.
Una mano en el hombro y prometió volver pasado mañana.
Serenata cómoda la rutina obligada cuándo el miedo no quiere acortar los días, enemigo a pulso .
El apuro por la muerte pidió limpiar los pisos, aún con cadenas y perro y ojos que de tanto vigilar ya se distraen el camino de las cincuenta casuarinas, rodear debajo de otros ojos los arbustos gruesos, dejar abierta segundos cuándo se podía una de las puertas de la cocina.
Seguí el camino de las lauchas- le dijo un chino- cuándo cambian de lugar es que están muriendo y con que te muerdan no alcanza.
Quebrazón de cosas cuándo un epitafio inventado canta en falsete.
Tiempo para escribir otras formas de muerte, no las que castiga el Código. Bordear otra vez la cornisa, con esos pocos años no alcanza. Intentar al menos… ¿de que les sirve matarme si es tanto lo que puedo decir de la muerte? Tontos algunos hombres. Si ese juez sabe que no me importa morir, tal vez por eso no me importó matar. Tienen la posibilidad de que sepan tanto. Siempre va a haber algún idiota que crea que quiero ganar tiempo…
En lo que me han vencido es que el tiempo dejo de ser mío, es lo único que lamento.
Un enero de revuelta se fue por el camino de las lauchas, después de matar al juez que quería verlo muerto.
Mercedes Sáenz
miércoles, 28 de octubre de 2009
AUNQUE SEA LA SOMBRA
AUNQUE SEA LA SOMBRA
De una mano sola, que venga caminando cómo un gatito de cinco patas, que venga despacio y tome la mía, la aprete con esa fuerza que no es ni la de una garra ni la de una abuela. Que sólo sea amiga. Quiero saber que me acompaña. Es muy solitario escribir. Y no ando por ahi llorando por los pasillos. Tengo una vida, que por muchos momentos es bastante buena, pero muchas veces hay en que nada a mi alredor parece estar conmigo. Sólo los escritos y sucede que la gente que me rodea no suelen darle nada de importancia, ni siquiera para preguntarme cómo va, o si lo disfruto, o si cuesta sacarlo para afuera. Nunca tuve el placer de que alguien me pidiera permiso para leer algo mìo, siempre tuve que pedirlo yo. ¿tengo que trabajar sobre eso no es cierto?
En tanto, que venga, aunque sea una sombra de mano amiga, yo imaginaré el resto del alivio.
Mercedes Sáenz
viernes, 5 de junio de 2009
CANEJO
CANEJO
Pensé en un sueño, que los chicos no sufrieran. No quería una utopía.
Me acordé de los sueños de una niña de diez años en el siglo pasado en un libro de Jung. Eran doce. De cada uno de ellos pueden hacerse mil caminos (no yo en este caso, recuerden que además de no saber hacerlo, también soy la soñadora)
Junté todos los sueños y tomé los siguientes fragmentos:
“Pero Dios viene desde los cuatro rincones, de hecho cuatro dioses independientes, están haciendo buenas obras, crecen hasta un tamaño tremendo, de este modo hasta el ratón se convierte en humano. Una gota de agua llena de ramas de árbol. Un niño malo tiene un terrón de tierra. Una mujer cae al agua y sale de ella renovada y serena.
“En Norteamérica mucha gente rueda por un hormiguero y es atacada por las hormigas. Hay un desierto en la luna dónde se hunde tan profundamente, la toca, le salen pájaros de la piel, oscurecen el sol y la luna y todas las estrellas, excepto una”
Tan distintos son los significados completos de los originales. Tan distinto cómo cuándo sólo se quiere ver una parte de las cosas.
Todo esto es porque me pregunté cuál era la máxima degradación que se le puede hacer a un niño. Y eran tantas, tantas… Que empecé por querer saber si podían dormir después de haber comido. Pensé qué estarían soñando mientras algunos de nosotros grandes y despiertos estamos haciendo tan poco.
Que saca el sueño canejo, lo saca.
Mercedes Sáenz
Pensé en un sueño, que los chicos no sufrieran. No quería una utopía.
Me acordé de los sueños de una niña de diez años en el siglo pasado en un libro de Jung. Eran doce. De cada uno de ellos pueden hacerse mil caminos (no yo en este caso, recuerden que además de no saber hacerlo, también soy la soñadora)
Junté todos los sueños y tomé los siguientes fragmentos:
“Pero Dios viene desde los cuatro rincones, de hecho cuatro dioses independientes, están haciendo buenas obras, crecen hasta un tamaño tremendo, de este modo hasta el ratón se convierte en humano. Una gota de agua llena de ramas de árbol. Un niño malo tiene un terrón de tierra. Una mujer cae al agua y sale de ella renovada y serena.
“En Norteamérica mucha gente rueda por un hormiguero y es atacada por las hormigas. Hay un desierto en la luna dónde se hunde tan profundamente, la toca, le salen pájaros de la piel, oscurecen el sol y la luna y todas las estrellas, excepto una”
Tan distintos son los significados completos de los originales. Tan distinto cómo cuándo sólo se quiere ver una parte de las cosas.
Todo esto es porque me pregunté cuál era la máxima degradación que se le puede hacer a un niño. Y eran tantas, tantas… Que empecé por querer saber si podían dormir después de haber comido. Pensé qué estarían soñando mientras algunos de nosotros grandes y despiertos estamos haciendo tan poco.
Que saca el sueño canejo, lo saca.
Mercedes Sáenz
A pedido contesto: Los doce sueños son sacados del libro de Carl Jung "El hombre y sus símbolos" pág. 67 Ed. Caralt,1964
jueves, 21 de mayo de 2009
LÁSTIMA NO, TRISTEZA
El título está sacado de un diálogo de "La Tregua" del inolvidable Mario Benedetti
LÁSTIMA NO, TRISTEZA
Yo pasaba por tus veredas, por la ventana del vidrio del lugar dónde te sentabas, empapada tu mesa de papeles del mundo. Alguna vez con mi vergüenza me invitabas a tomar café a tu mesa para ver cómo iban mis escritos y me dabas aliento y opiniones y yo salía feliz a tratar de hacer lo que en pocos segundos me decías. Otras veces la gente te rodeaba con un zumbido de abejorro rey y las reinas no dejaban ni siquiera que se te viera la cara y tu mano levantaba un saludo para mí que me era el día.
Seguía tus escritos, todos, y trataba de imaginar en que entorno escribías sobre tantas cosas que yo leía sólo por ser tuyas. A veces tratando sólo de entenderte.
La admiración no es poca cosa cuando la paciencia la sostiene. Y podía esperar toda una tarde por un gesto o por una palabra. Y hay un cariño que se cree porque a uno le hace falta, lo contiene y le da fuerza y confianza. Pero la edad es una distancia, cómo la mesa, cómo el horario, cómo las ocupaciones, cómo ser diminutivo ante semejante mayúscula.
Seguís en la misma mesa y yo compro todo lo que escribís y lo leo y también lo guardo.
Sola estoy ahora para escribir lo mío y extraño la mano que hubiera estado sobre mi hombro, el reto ofuscado por un final impreciso de mis historias, la mirada larga de ojos buenos diciendo lo más suave posible por dónde había que corregir. Extraño y creo que eso también es parte de lo que me enseñaste. Es una lástima pensé, pero en realidad lo que sentí es una gran tristeza porque yo vuelvo cada tanto a las mismas mesas y sabía que un día no te encontraría.
Mercedes Sáenz
LÁSTIMA NO, TRISTEZA
Yo pasaba por tus veredas, por la ventana del vidrio del lugar dónde te sentabas, empapada tu mesa de papeles del mundo. Alguna vez con mi vergüenza me invitabas a tomar café a tu mesa para ver cómo iban mis escritos y me dabas aliento y opiniones y yo salía feliz a tratar de hacer lo que en pocos segundos me decías. Otras veces la gente te rodeaba con un zumbido de abejorro rey y las reinas no dejaban ni siquiera que se te viera la cara y tu mano levantaba un saludo para mí que me era el día.
Seguía tus escritos, todos, y trataba de imaginar en que entorno escribías sobre tantas cosas que yo leía sólo por ser tuyas. A veces tratando sólo de entenderte.
La admiración no es poca cosa cuando la paciencia la sostiene. Y podía esperar toda una tarde por un gesto o por una palabra. Y hay un cariño que se cree porque a uno le hace falta, lo contiene y le da fuerza y confianza. Pero la edad es una distancia, cómo la mesa, cómo el horario, cómo las ocupaciones, cómo ser diminutivo ante semejante mayúscula.
Seguís en la misma mesa y yo compro todo lo que escribís y lo leo y también lo guardo.
Sola estoy ahora para escribir lo mío y extraño la mano que hubiera estado sobre mi hombro, el reto ofuscado por un final impreciso de mis historias, la mirada larga de ojos buenos diciendo lo más suave posible por dónde había que corregir. Extraño y creo que eso también es parte de lo que me enseñaste. Es una lástima pensé, pero en realidad lo que sentí es una gran tristeza porque yo vuelvo cada tanto a las mismas mesas y sabía que un día no te encontraría.
Mercedes Sáenz